23 dic 2013

El secreto de la Navidad

Marta estaba en casa haciendo los deberes. Quería sacar buenas notas porque la señorita Belén no iba a estar en el colé después de Navidad y quería que esta le pasara buenos informes a la nueva profesora. Marta había oído que se mudaban a otra ciudad por el trabajo de su marido. Pensando en esto y sin darse cuenta su imaginación comenzó a volar. Dentro de exactamente 17 días les daban las vacaciones de Navidad. Pensaba en lo a gusto que se quedaría durmiendo un poco mas por las mañanas y que además tendría mucho tiempo para leer. A Marta le encantaba leer y ya había preparado tres o cuatro libros para las vacaciones. También pensaba en los regalos de Navidad, aunque aun no sabía lo que iba a pedir. Tenia tantas cosas que era muy difícil pensar en un regalo que realmente le hiciera ilusión. Marta era bastante caprichosa y siempre estaba pidiéndoles cosas a sus padres. - ¡Marta! ¡A merendar! Llamo su madre. Ella salió de su ensimismamiento y corrió a por su merienda. Después de merendar Marta terminó sus deberes vio un poco la tele, cenó, dijo hasta mañana a sus padres y se acostó. Serían aproximadamente las nueve y media de la noche. Cuando se metió en la cama, quiso leer un poco antes de dormirse, aunque estaba muy cansada. Como el día anterior había terminado un libro, pensó que iba a empezar a leer otro de los que tenía guardados para las vacaciones. Estuvo un rato dudando y finalmente escogió uno que le había regalado su abuela Lidia y que se titulaba "El secreto de la Navidad". Miró un poco la portada del libro y después lo abrió. Nada mas fijar la vista en las primeras palabras empezó a sentir una sensación envolvente y rara. Era una sensación como de pesadez gustosa. Parecía como si cayera y flotara al mismo tiempo. De pronto se vio en una habitación que no conocía, rodeada de regalos de Navidad, que estaban preparados para envolver con unos preciosos lazos que estaban en una bolsa grande y transparente al lado de la puerta. En la chimenea ardía un fuego rojo muy brillante. La habitación era bonita y acogedora toda de madera. Marta vio que había un gran árbol de Navidad, aun sin decorar, a su lado una caja enorme llena de adornos de colores, sobre todo rojos y verdes, también había muchas lucecitas blancas. El colorido y la luz de la habitación le hacían sentirse a Marta muy a gusto y relajada. En ese momento entró una señora y le dijo: - Marta, apresurate que tenemos prisa. Aquella señora parecía conocerla como si fuera alguien de la familia, pero ella no recordaba haberla visto en su vida. Marta pensó ¿Que hago yo aquí? Y¿A donde vamos con tanta prisa? Marta abrió la puerta de la casa y salió, se encontró en un jardín lleno de adornos y luces de Navidad, ella no había estado nunca antes en ese jardín. Aquella señora la estaba esperando en un coche grande y rojo a la puerta de la casa y le dijo: - Vamos, Marta, sube de una vez, que tenemos montones de cosas que hacer. Cuando se montó en el coche la señora le preguntó: - ¿Tienes ya preparada la lista de regalos para toda la familia? ¿te has acordado de coger dinero de tu hucha para comprar los regalos? Marta no sabia que decir. En ese momento vio que asomaba un papel del bolsillo de su abrigo y lo saco. Al desdoblarlo pudo leer una lista en la que estaban todos sus familiares incluidos los abuelos y unos tíos que vivían en Barcelona. En el ultimo lugar estaba también el nombre de su mejor amiga, Claudia. En total 15 nombres. Marta estaba asombrada, pero extrañamente no estaba asustada. Aquella señora le transmitía una sensación de tranquilidad muy agradable, aunque le apuraba un poco no saber como llamarla. Afortunadamente, descubrió en su cuello un colgante, que le pareció muy bonito, donde se podía leer: Luisa. Marta probó a llamarla por ese nombre y le dijo: - Luisa, ¿Dónde vamos de compras? Y ella respondió con toda naturalidad: -Vamos al centro. Allí encontraremos casi todo lo que queremos. Marta se divirtió muchísimo pensando en el regalo que podría gustarle a cada uno de los miembros de su familia y a su amiga Claudia. Aquel día descubrió el placer de regalar. De vuelta a casa, Luisa le dijo a Marta que el resto del día lo emplearían en empaquetar los regalos y ponerle a cada uno una notita con algo especial. Asimismo decorarían la casa y si tenían tiempo prepararían también dulces de Navidad. Marta no había disfrutado nunca en su vida tanto como aquel día con Luisa. Decoraron el salón de la casa y empaquetaron los regalos, que quedaron preciosos y muy decorativos. Incluso les dio tiempo a hacer unas galletas de Navidad con formas de estrella, de abeto, de Papá Noel y que estaban riquísimas. Repentinamente Marta empezó a sentirse como entumecida, los ojos se le cerraban y oyó una voz lejana que le llamaba: - Marta, Marta ¿Qué haces todavía con la luz encendida y leyendo?. Era la voz de su madre. Marta abrió los ojos estaba tumbada en su cama con el libro "el secreto de la Navidad" aun entre sus manos. Su madre estaba a su lado y le dijo: - Marta, es muy tarde son las doce de la noche. No puede ser que todos los días te quedes leyendo hasta tan tarde, debes dormir más. Marta le respondió: - Creo que me había quedado dormida. Su madre le dio un beso y la arropó. A gusto en su cama y en la oscuridad del cuarto, Marta estuvo un buen rato pensando en el sueño que había tenido y que parecía tan real. Había experimentado algunas sensaciones muy bonitas en las que nunca había pensado. Marta se había dado cuenta de lo bonito que es hacer regalos a los demás; de lo divertido que es prepararlos, envolverlos y colocarlos en el árbol. También le había gustado mucho decorar la casa y hacer las galletas navideñas pensando en hacerlo para el resto de la familia. Marta tomo una decisión. Aun quedaban unos cuantos días hasta la Navidad e iba a cambiar completamente su actitud. Esperaba pasarlo mejor que nunca con su familia y amigos. A la mañana siguiente Marta fue, como todos los días al colegio. Al entrar en la clase vio que la señorita Belén estaba hablando con otra señora. A Marta le resultó familiar su cara pero no sabía de que la podía conocer. Todos se sentaron en sus sitios y la señorita Belén les presentó a la otra señora, diciéndoles que iba a ser su nueva profesora a la vuelta de las vacaciones de Navidad. Cuando la señorita Belén dijo que su nueva profesora se llamaba Luisa, a Marta le dio un vuelco el corazón. Además, pudo ver, en su cuello, el precioso colgante con su nombre, que ella ya conocía... Al saludar a los alumnos, la nueva profesora pasó su vista por toda la clase y a Marta le pareció que le guiñaba ligeramente un ojo. Algo mágico tenia aquella profesora, que por lo demás parecía muy normal. Marta quiso pensar, que aquello había sido una coincidencia, pero esperaba con mucha curiosidad el comienzo de las clases con aquella nueva profesora que parecía tener muchas cosas "interesantes" que enseñar...

Shamir y la caja de música

Como todos los años, cuando se iba acercando la Navidad, los escaparates del barrio se iban llenando de luces y brillos. Al lado de la panadería en la que compraba habitualmente la madre de Shamir, había una tienda muy antigua, que se llamaba el desván de Ana, donde a todos los niños les gustaba pararse. El escaparate estaba lleno de cachivaches, algunos muy antiguos y la mayoría no tanto. Los niños miraban embobados todas aquellas cosas, que algunas parecían inservibles y otras parte de algún tesoro misterioso. Lo mismo había un libro viejo, que un juguete con el que ya nadie jugaba, o unas monedas que no servían para comprar. También había cajas de todos los colores y tamaños, frascos antiguos, lamparas y hasta una carretilla de jardín llena de oxido, que no se sabía a quien podría interesar. Aquella mañana mientras Shamir esperaba a que su madre comprara el pan, se paró delante del escaparate del desván de Ana y oyó como, casualmente Luis el dueño de la librería, le estaba comentando a Ana que quería comprar la carretilla, porque había pensado que estaría muy bonita como adorno en su tienda, llenándola de plantas y bolas de navidad. Alguien le había comentado que dándole con no se qué líquido se le quitaba el oxido y quedaba muy bien. A Ana se le veía encantada de desprenderse de aquel trasto enorme. Cuando Ana movió la carretilla, para que Luis el librero pudiera llevársela, a Shamir le llamó la atención una caja de forma octogonal en la que se podía ver, a pesar del polvo, algo pintado en su tapa. Se acercó un poco más entrando por la puerta de la tienda y con un dedo quitó parte de aquel polvo y pudo ver que la pintura representaba una granja y a unos niños que jugaban con un columpio que colgaba de un árbol. La caja le encantó y le pareció que era una de esas cosas que en las familias van pasando de generación en generación y de las que uno normalmente no quiere desprenderse. En ese momento su madre salió de la panadería y le dijo: “Shamir, date prisa que se me está haciendo tarde” y se fue corriendo con ella, aunque no dejaba de pensar en aquella caja y en lo que le hubiera gustado abrirla para ver si escondía algo en su interior. Estaba deseando volver con su madre cerca del desván y ver si seguía allí la caja y podía decirle a Ana que le gustaría mirarla con más detenimiento. Seguro que no le importaría. El sábado estuvo toda la mañana pendiente de su madre y por fin la oyó decirle a su hermana Shantal, que iba a salir un momento a por el pan. Sin pensarlo dos veces, le dijo que él la acompañaría. Cuando llegaron cerca de la panadería, se acercó al escaparate del desván y buscó rápidamente la caja con la vista y al no verla el corazón le dio un vuelco. Ana, que ya le había visto con cara de estar buscando algo, salió de la tienda y le dijo: “Hola Shamir ¿buscabas algo?. Le contó que estaba buscando una caja que había visto hacia unos días, que llevaba pintada en la tapa una casa de campo y unos niños jugando. De repente, a Ana se le cambió la cara, Shamir se dio cuenta de que al oír hablar de aquella caja, se había quedado absorta en sus pensamientos, como si ya no estuviera con él. Ana era una señora de unos sesenta y tantos años bajita y con cara amable, muy simpática, con todo el mundo, pero sobretodo con los niños y que conocía a toda la gente del barrio, pero de la que en realidad no se sabía nada. Al no vivir por allí cerca, nadie sabía donde tenía su casa ni tampoco si vivía sola o tenía familia. La verdad es que Shamir no recordaba haberla visto nunca acompañada de ningún familiar. Como había pasado un buen rato y no parecía darse cuenta de que Shamir seguía allí. Este carraspeó un poco y Ana en seguida le dijo: “ay! perdona, ya se qué caja estas buscando. Puedes mirarla tranquilamente. La he quitado del escaparate para limpiarla y está dentro de la tienda encima del aparador”. La caja, vista de cerca, parecía mucho más bonita. Al abrirla, se sorprendió al ver que se trataba de una cajita de música. Su melodía era deliciosa, aunque no era de las que suelen llevar ese tipo de cajas. Por el rabillo del ojo, pudo ver como se deslizaban dos lagrimas por las mejillas de Ana. ¿Qué misterio guardaría aquella caja? No se atrevió a preguntarle nada, pero pensó que iba a investigar un poco para intentar averiguar por qué estaba tan triste. Mientras andaba con su madre de camino a casa, iba dándole vueltas a la idea de encontrar a alguien que pudiera contarle algo sobre la vida de Ana. A la puerta de su casa le estaba esperando Álvaro, su amigo, para ir a dar una vuelta en la bici, antes de comer. Shamir le contó a Álvaro el asunto de Ana. A este le pareció muy interesante y le propuso que por la tarde, como era sábado, podían acercarse con la bici hasta el desván de Ana, antes de que cerrara y seguirle sin que se diera cuenta, para ver a donde iba. A Shamir, la idea le pareció estupenda. Al salir de la tienda, Ana se dirigió a la plaza del mercado, desde donde salían autobuses para distintas partes de la ciudad. Se quedó en la parada del 12. Este autobús venía desde el centro e iba hasta el barrio de La Acequia, que había sido un antiguo pueblo, que posteriormente fue absorbido por la ciudad. Aún se podían ver allí pequeñas casitas con sus huertos y sus gallineros. A muy poca distancia del centro, uno se podía encontrar como si estuviera a muchos kilómetros de la ciudad. El barrio de La Acequia estaba bastante cerca. En el autobús eran nada más, cinco paradas. Álvaro y Shamir pensaron que podrían seguir al autobús con facilidad y así lo hicieron. Al final del trayecto Ana se bajó del autobús y anduvo unos cinco minutos hasta llegar a una valla, tras la cual había una casa, no muy grande, pero muy bonita. Lo único, era que se veía bastante vieja y abandonada. El jardín de entrada estaba lleno de ramas altas y hierbajos. Bueno, le dijo Shamir a Álvaro, ya sabemos donde vive Ana y tiene todo el aspecto de vivir sola. Por lo descuidada que estaba la casa, se veía que no tenía quien le ayudara. Como ya se estaba haciendo tarde, decidieron marcharse y volver otro día para ver si podían hablar con algún vecino. Tuvieron que esperar una semana para continuar con sus pesquisas. Al siguiente sábado por la mañana, mientras Ana estaba en su tienda, fueron hasta el barrio de La Acequia en sus bicicletas. La casa de Ana parecía realmente una casa abandonada. Contrariamente, la casa de enfrente estaba muy cuidada con unos balcones llenos de plantas y en vez de huerto se podía adivinar por detrás de la verja, una estupenda piscina. Álvaro y Shamir tocaron al timbre y les abrió la puerta una señora joven con un bebé en brazos, les dijo que lo sentía, pero que ella llevaba viviendo allí solo un año y pensaba que la casa de enfrente estaba abandonada. Tocaron, también, al timbre en la casa de al lado, pero nadie les abrió. Cuando estaban empezando a desesperarse vieron venir por la acera a una señora que parecía mayor que Ana. Si llevaba tiempo viviendo allí, quizá pudiera ayudarles. Aquella señora efectivamente conocía bien a Ana y les contó que, como ellos habían pensado, vivía sola. También les contó que el padre de Ana, ,había sido un compositor muy famoso en su época y que antes la casa estaba preciosa y muy arreglada, pero que, ahora, a Ana la tienda le daba para vivir, pero no para arreglar todo lo que necesitaba la casa para estar en buenas condiciones. Aquella señora, además, les dijo que ella creía, que durante el invierno, Ana se quedaba por las noches en la tienda, porque en la casa no había ni calefacción, ni agua caliente. Shamir y Álvaro se fueron a su casa cabizbajos y muy tristes pensando cómo era posible que una persona como Ana estuviera tan sola y además con una casa tan poco confortable. A Shamir se le ocurrió una idea. ¿Por qué no hablaban con todos sus amigos del barrio para que convencieran a sus padres para ayudar a Ana ? Shamir se acordó de que el padre de su amigo Alberto era fontanero y era posible que él conociera a otras personas que pudieran ayudarle a arreglar la casa de Ana. Además se les ocurrió que podían ir por las casas del barrio con una hucha que pusiera “para ayudar a Ana.” Como la gente del barrio, conocía y quería a Ana desde siempre, casi todos, se dejaron llevar del espíritu navideño y la mayoría aportó algo. El que pudo puso dinero y el que no su trabajo. Cuando Shamir y Álvaro fueron al desván de Ana a contarle que todo el mundo en el barrio estaba dispuesto a colaborar para que ella pudiera vivir con un poco más de comodidad en su casa, no pudo contener la emoción. Aunque al principio se le veía un poco molesta, porque aquellos niños se habían entrometido en su discreta vida, pero luego comprendió toda la generosidad que le ofrecía aquella gente y no supo como agradecérselo. Cuando llegó la Navidad la casa estaba arreglada. Se veía bien pintada, el jardín de entrada muy ordenado y limpio y aunque era invierno y las plantas no estaban en su mejor momento, prometía estar precioso la próxima primavera. Lo mejor de todo era disfrutar de la estupenda calefacción y también, seguro, de un buen baño de agua caliente. El día de Navidad, Ana en agradecimiento a todos sus amigos del barrio de Shamir, les invitó a tomar un té o un vino dulce con pastas, que ella misma había hecho. La casa estaba decorada con un gusto exquisito, con unas guirnaldas hechas con papel de colores, muy originales, y también con adornos navideños antiguos que ella conservaba de otros tiempos. Cuando llegó Shamir con sus padres y sus hermanos, Ana le llevó a Shamir a un cuartito de estar, en el que estaban los dos solos. Le dio un paquete y le dijo que no era de gran valor pero si muy importante para ella. Shamir lo abrió y cual fue su sorpresa al ver que dentro estaba la caja de música. Ana le contó que su padre había compuesto la música para ella y que después había mandado a un artesano hacer aquella caja, que llevaba pintada su propia casa en la tapa. Como ella no tenía hijos y estaba muy orgullosa de como se había comportado Shamir, quería que él la conservara para siempre. Shamir se había quedado mudo de la emoción y corrió a enseñarles a sus padres el regalo. Los padres agradecieron mucho a Ana el detalle tan bonito que había tenido con Shamir y le dijeron que ya sabia donde tenía su familia. Poco a poco, nos alejamos de aquella casa, donde esta Navidad todo eran sonrisas y felicidad, gracias a la generosidad de Shamir y de toda la gente de su barrio.

Topi y el árbol de Navidad de la señorita Laura

Topi, el simpático topo pequeño, salió, como todos los días, de su casa para ir al colegio. Pero algo estaba cambiando, habían empezado a caer los primeros copos de nieve. Topi iba por el camino pensando en todas las cosas que podría hacer con sus amigos cuando el bosque estuviera completamente cubierto por un precioso manto blanco. Harían un gran muñeco de nieve, se deslizarían con el trineo y también jugarían a la guerra de bolas ¡Que divertido! En ese momento, se encontró con sus amigos Rus el precioso zorrito de cola roja y con el siempre sonriente conejito Muflet. Rus dijo: -¡Me encanta el invierno! y añadió: -Si ha empezado a nevar enseguida llegará la Navidad. Los tres amigos llegaron al colegio. La señorita Laura les esperaba en la puerta de la clase, como siempre, con una sonrisa. Antes de comenzar con las tareas del día, la señorita Laura les dijo: -Tenemos que empezar a organizar algo especial para Navidad. La señorita Laura coloca todos los años, en la clase, un arbolito de Navidad. Los niños no le prestan ninguna atención, porque no participan en su decoración, ni tampoco lo desmontan al terminar las fiestas. La señorita Laura les explicó: - Este año vamos a hacer un árbol de Navidad un poco diferente. En vez de decorarlo yo sola con las bolas de todos los años y las lucecitas de colores de siempre, cada uno de vosotros colgará un objeto que le resulte, por algún motivo, muy especial. También, cambiaremos las luces de colores por unas bombillas de luz brillante, todas iguales, que parecerán estrellitas. Unos días antes de Navidad invitaremos a vuestros padres a una fiesta en la clase y cada uno de vosotros, nos dirá cual es su objeto especial y nos contará porque lo ha elegido. Durante el resto del día, les costó un poco concentrarse, ya que todos estaban pensando que objeto especial colgarían en el abeto y cual sería la historia que contarían sobre su objeto elegido. La señorita Laura había explicado que tendría que ser algo de pequeño tamaño y no muy pesado que pudiera colgarse del árbol de Navidad con cierta facilidad. A la mañana siguiente el árbol de Navidad ya estaba colocado en la clase y la Señorita Laura dijo: -Ya podéis empezar a colocar vuestros objetos especiales. Los animalitos del colegio, estuvieron unos cuantos días preocupados con el asunto del objeto especial para el árbol de Navidad. Poco a poco empezaron a aparecer pequeños objetos colgados del árbol. Topi estaba muy preocupado porque el día de la fiesta se iba acercando y no se decidía por ninguno de los objetos especiales que se le habían ocurrido. Vio como su amigo el veloz ratoncito Pirú colgaba un osito pequeño de peluche, también su amiga la pequeña ardilla Nui había colgado su objeto preferido, una cajita pequeña. Además en el árbol se veían otros objetos. Cosas como una flor amarilla, una tarjeta de Navidad, un dibujo, una piña del bosque etc. A medida que se iba acercando el día, el árbol cada vez estaba más lleno y también más bonito. Topi les dijo a sus amigos: -Tengo un problema. No puedo decidirme por ningún objeto como el más especial y no se lo que voy a hacer cuando la Señorita Laura me diga que coja mi objeto especial y cuente mi historia. La noche anterior a la fiesta Topi estaba muy nervioso y durmió mal. Se había quedado en blanco. En ese momento, ya no era capaz de encontrar su objeto especial. La mañana de la fiesta, Topi, de camino al colegio se encontró como todos los días con sus amigos Rus y Muflet. Topi andaba cabizbajo y sin decir nada. Rus le dijo: -Topi no estés preocupado nosotros hemos colgado un objeto especial para ti, pero es una sorpresa. Topi se puso muy contento aunque al mismo tiempo seguía un poco preocupado. ¿Que historia iba a contar él sobre su objeto especial si no sabía lo que era?. Al llegar a la clase descubrió un sobre de color azul, muy bonito, que el día anterior no estaba allí. Sabia que aquel sobre era su objeto especial, porque había mirado tanto al árbol de Navidad que se sabía de memoria todas las cosas que colgaban de él. Por la tarde, cuando Topi y sus amigos llegaron al colé acompañados de sus padres, iban todos un poquito nerviosos pero ninguno tanto como Topi. La Señorita Laura les recibió en la puerta de la clase. Se había arreglado para la fiesta y estaba muy guapa. Cuando todos estuvieron reunidos, los niños empezaron a descolgar sus objetos especiales y contaron historias algunas muy bonitas y tiernas, otras emocionantes. Hubo historias de todo tipo. Los niños habían colgado aquellas cosas queridas para ellos en recuerdo de algo vivido con sus abuelos, padres o amigos. Todo resulto muy bonito. Pero sin duda lo más emocionante fue el momento en el que Topi fue a descolgar su sobre azul. Cuando lo abrió, dentro había una foto de todos sus amigos y por el reverso estaba escrito: "todos te queremos, querías encontrar algo tan tan especial que no fuiste capaz de decidirte. Para nosotros tu eres el amigo más especial." Cuando Topi leyó aquello sintió que las piernas le temblaban un poquito de la emoción y no pudo decir nada más. La madre de Topi, la señora Topo, estaba tan emocionada que se le escaparon unas lagrimitas y la señorita Laura le dio un abrazo. Cuando terminaron de contar sus historias, comieron y bebieron lo que la señorita Laura había preparado, que por cierto estaba riquísimo. A todos se les veía felices disfrutando de la fiesta y charlando animadamente. Pero sin duda, Topi no olvidaría nunca aquel día, en el que sus amigos colgaron para él un objeto especial en el árbol de Navidad.

Navidad en el bosque de Los Robles

El fin del otoño había llegado al Bosque de los Robles. Los animales estaban recogiendo los pocos frutos que quedaban en árboles y arbustos antes de que todo se viera cubierto por la nieve. En el Bosque de los Robles vivían cinco amigos: la rana Crogy, la oca Lisa, el ratón Minú, la liebre Lucila y el cerdito Koke. Desde la primavera todos habían ido almacenando en casa sus frutos favoritos con los que, durante todo el invierno, se proponían hacer deliciosos pasteles. Transcurridos unos días en los que no había dejado de llover, por fin hacía un sol radiante y el paseo por el bosque resultaba muy placentero. Los cinco amigos estaban charlando animadamente, cuando a Crogy, al ver las cestas llenas de frutos, que cada uno llevaba, se le ocurrió proponer la idea de hacer este año un concurso de pasteles navideños. Además, Crogy había pensado que el pastel ganador fuera el que comieran todos los asistentes a una fiesta que se celebraría en "El Gran Claro" del bosque, donde algunos animales podían cantar villancicos y otros representar un belén viviente. A todos les pareció una idea estupenda y decidieron quedar esa misma tarde para hacer un cartel que anunciara el concurso de pasteles. Así, podría participar todo el que lo deseara. Dicho y hecho, a última hora de la tarde los carteles estaban colocados por todos los árboles del bosque. Además de los cinco amigos, al concurso también se presentaron otros animales. Todos ellos empezaron a ensayar sus pasteles. Durante aquellos días, se les veía andar de un lado para otro un poco cabizbajos. Nadie hasta el momento había conseguido hacer un pastel que gustara a todo el mundo. La idea de Crogy, que en principio había parecido tan buena, estaba resultando una pesadilla. El principal problema era que cada uno estaba haciendo el pastel a su gusto sin pensar en los demás. Lisa, la oca, había hecho una magnífica tarta de pera, que a nadie más le gustaba. Crogy la había hecho de fresa y a Koke y a Minú no les gustaban las fresas y así todos los demás. El comité de fiestas quería que el pastel para Navidad le gustara a todo el mundo y que llevara frutas variadas, chocolate, caramelo, nata, mazapán etc. Viendo el problema que estaba causando aquel concurso de pasteles, convocaron a todos los habitantes del bosque a reunirse en "El Gran Claso". Tenían que encontrar una solución que resultara beneficiosa para todos. Tras mucho discutir llegaron a la conclusión de que lo mejor sería que todos juntos colaboraran con sus productos y sus recetas en la elaboración del pastel. Así, encontrarían la manera de hacer un pastel con ingredientes variados que seguramente gustaría a todo el mundo. Finalmente llegó la víspera de Navidad y todos se pusieron manos a la obra, lo pasaron fenomenal mientras hacían el pastel y lo que salió del horno resulto espectacular. Al día siguiente, todo estaba preparado en "El Gran claro del bosque. Lo habían adornado con unas lucecitas de color azulado que le daba una luz muy especial. En la mesa que estaba colocada en un lado del gran claro, donde estaban también las bebidas, lucía esplendoroso el pastel de Navidad, que además de bueno estaba precioso, decorado con figuritas y adornos de colores que habían aportado todos los habitantes del bosque. Durante la fiesta, escucharon villancicos y vieron el belén viviente, comieron pastel, charlaron animadamente y después de pasar una noche de Navidad inolvidable en compañía de todos sus amigos, los animalitos se fueron retirando a sus casas muy felices y orgullosos de haber sido capaces de organizar una fiesta que gusto a todos y sobre todo de haber hecho un gran pastel de Navidad que a todos les pareció delicioso.

Álvaro, ¿Un fantasma?

Álvaro era huérfano. Debería haber vivido con su tío pero este era tan malvado que le había echado, sin ningún miramiento, de su casa. Aquel día, era 31 de diciembre. Álvaro solía dormir en invierno en una boca de metro. Pero al ser festivo, el metro estaba cerrado y no le quedaba otra cosa que vagar por las calles sin rumbo fijo. Sin haberlo planeado se encontró, repentinamente, ante la puerta de la casa de su tío que vivía enfrente del cementerio. Entonces se acordó de sus padres y se le ocurrió una idea. Entraría en el cementerio donde estaban enterrados y pasaría un rato allí recordando momentos felices. Sin pensarlo más, entró en el cementerio. A medida que se acercaba donde estaban sus padres, sentía cada vez, más y más nostalgia de ellos pero, de pronto, oyó un ruido muy fuerte y se detuvo. - ¿Hay alguien ahí?- preguntó. Nadie respondió. Volvió a preguntar, pero nada, no se oía nada. Álvaro estaba muerto de miedo pero, siguió andando hasta llegar a la tumba de sus padres. Encima de la tumba había una foto con un pie de foto que decía: "Muertos en accidente de coche el 20 del 8 de 2008" A pesar de su miedo, Álvaro pasó la noche en el cementerio junto a la tumba de sus padres. Cuando despertó, vio que estaba rodeado de personas que no conocía y que no le decían nada. Se levantó y empezó a caminar dirigiéndose hacia la salida del cementerio. En su camino se colocó una persona delante de él. Álvaro se dio cuenta de que este no le veía y además... ¡podía atravesarla! Álvaro estaba muy asustado. ¡Qué raro...! Pensó. Probó con la pared y también la pudo atravesar. Se miró su cuerpo y... ¡Era transparente! Tenía una nueva habilidad. Podía atravesar paredes y personas. ¿Sabéis lo que le había pasado? De repente, se acordó del ruido aquel, tan horrible, que había escuchado la noche anterior. Había sido como un disparo que no se supo de donde vino. Álvaro no se dio cuenta, se sintió confuso, pero este le había atravesado. Álvaro, de pronto, se dio cuenta de que entre todas aquellas personas a las que oía decir: "próspero año nuevo" se encontraban sus padres, que le sonreían, Álvaro corrió a reunirse con ellos. Se sintió feliz. ¡Era un fantasma! Cuento de Alejandro Villarubia